Padres e hijos. Lealtades.
«En su continuo crecimiento como cineasta Alexander Payne ha conseguido con Nebraska su obra más madura, si me apuran, la más perfecta (si es que es cierto que existen distintos niveles de perfección). Si en las predecesoras “A propósito de Schmidt” (2002) y “Entre copas” (2004), el cinismo nostálgico era el elemento narrativo predominante, en Nebraska se giran las tornas, situando en primer lugar esa aventura humana bañada en una melancolía existencial donde vencedores y vencidos bailan al compás del inexorable paso del tiempo. Payne regresa a Nebraska, su hogar natal (y particular Yoknapatawpha del autor), para contarnos esta bellísima historia de relaciones paternofiliales, de herencias de pesares vitales y de la virtud del perdón y del amor incondicional. Para ello coge a un padre gagá –tremendo Bruce Dern, premio en Cannes (y eso que Payne escribió el texto para que lo interpretara Gene Hackman)- y a un hijo sufridor (Will Forte) y los lanza a una aventura imposible: un viaje a Ítaca (Nebraska) donde el primero tratará de cobrar uno de esos premios-estafa –”¡Ha ganado usted un millón de dólares!”- que envían todo tipo de empresas para engañar a los más desprevenidos; bajo dicha excusa lo vivido en la película será un viaje de reencuentro, tanto de un hijo con su alcoholizado padre, como con toda la gente de su pueblo natal –magnífico el extenso reparto de secundarios-. Todos ellos, gente y pueblo, retratados por la cámara en blanco y negro de Payne como entes fantasmáticos en continua transición hacia su extinción. El tono crepuscular de ‘Nebraska’, así como esa sensación de estar viviendo una gran última aventura de carácter redentor, acerca la obra a dos piezas clave del Hollywood moderno: ‘The Last Picture Show’ (1971) de Peter Bogdanovich y ‘Una historia verdadera’ (1999) de David Lynch. De la primera capta a la perfección esas últimas imágenes […]Así si en Los descendientes ya existía un alegato pro-familia –nada conservador, que nadie se confunda–, el amor que vuelca Payne en su obra va ligado a la comprensión del otro, a la alquimia que surge de la convivencia entre seres antitéticos, al perdón de las faltas más graves posibles, etc- a la vez que se servía de ésta como epicentro del núcleo dramático que empujaba la obra. En ‘Nebraska’ redobla su apuesta en un calculadísimo ejercicio funambulista donde el relato, de carácter universal, se asienta sobre unas formas estéticas anacrónicas –ese blanco y negro digital, esos encuadres panorámicos aplastando objetos y personajes- que acaban descubriéndose como las perfectas para cincelar una historia cuyo alcance supera todo lo previsto. Y así, desarmado y conmocionado, te deja la película a su cierre […]».
(Crítica de A. G. Calvo en SensaCine).