Lealtades inconscientes

Lealtades inconscientes 1
 Lealtades inconscientes 3«¿Qué mochila psíquica llevamos a cuestas? Hasta ahora hemos sobrevalorado diversas herencias mentales, como los equipamientos de serie del cerebro humano que permiten respirar o latir al corazón. Pero existe otra herencia fundamental, y también sigilosa, que arrastramos en forma de lealtades y esquemas emocionales que nos aprisionan hasta que logramos traspasar sus umbrales. Sus principios me parecen particularmente útiles y asequibles para comprender los mecanismos básicos de la sique humana.

Por una parte, están las lealtades inconscientes: la carga de pensamientos, comportamientos, creencias y miedos que, de acuerdo con la terminología de pensadores como Bert Hellinger, Virginia Satir, María Selvini o Ivan Boszormeny-Nagi, conforman las lealtades, ciegas y potentes, que pueblan nuestro cerebro y, por tanto, nuestras vidas.

Por otra, la teoría de los esquemas del psicólogo Jeffrey Young, que dibuja el perfil de un comportamiento adquirido en función de una experiencia vital, sin aprisionar por ello a las personas descripciones limitativas de quiénes son, de cuál es su esencia. 
Ambos enfoques son útiles para acceder al potencial extraordinario que supone ser dueños, y no rehenes, de nuestro sigiloso mundo emocional.

Las lealtades inconscientes son motor básico y poderoso del comportamiento humano. Las lealtades se dan de forma natural e inconsciente entre generaciones de una misma familia. Inconscientemente, nos mueve la necesidad de ser leales a las personas que nos acompañan o que nos dieron la vida. Asumimos sus culpas, integramos sus dolores. Así, un viudo puede resistirse a sobreponerse a su pérdida por lealtad a su mujer fallecida, o un hijo puede resistirse a ser más que sus padres.

Desde las distintas y variadas perspectivas que se denominan “sistémicas”, esto ocurre porque las personas no funcionan como individuos encerrados en una burbuja al margen de los demás sino en relación a su grupo, o sistema, humano. Aunque existen distintas escuelas de pensamiento sistémico, este énfasis sobre el ser humano en relación a sus vínculos afectivos y sociales las distingue a todas de forma muy especial. Formamos parte de un destino familiar entendido como el encadenamiento de comportamientos y vivencias interdependientes y heredados a través de las generaciones. Por lealtad a nuestros seres queridos, para no traicionar su forma de vivir y de sentir, repetimos determinados esquemas y patrones emocionales de forma inconsciente.

Porque formamos parte de una amplia conciencia familiar de compartimos con nuestros familiares, nos enfrentamos a lo largo de las generaciones a fuerzas y debilidades similares. En el caso de las debilidades, éstas engendran determinados comportamientos defensivos que se reproducen de forma automática de generación en generación. Es relativamente sencillo detectar estos patrones de acontecimientos negativos repetitivos que, a vista de pájaro, conforman el paisaje familiar: repetimos muchas de las reacciones, miedos y actitudes de nuestros padres y abuelos. Todo ello movido por unos hilos enraizados en la historia y el inconsciente familiar.

La técnica de las constelaciones familiares entre de lleno en este campo. En palabras de uno de sus máximos exponentes, el psicólogo Joan Garriga: “No estamos solos. Nos gobiernan los vínculos. Nos conmueve, nos proporciona sufrimiento o alegría la forma en la que estamos vinculados con las personas a las que pertenecemos, especialmente los padres, los hijos, los abuelos, los ancestros, las parejas. Es como si hubiera una gran red de amor que funcionara como una especie de bandada de pájaros y que tiene una conciencia común. Esto se explica con la hipótesis de que la bandada está recorrida por una conciencia que va más allá de los miembros individuales, que los dirige según leyes precisas que están al servicio del grupo. En los sistemas familiares, también hay una conciencia grupal que genera implicaciones, lealtades, conductas y destino de las personas. Personas que no fueron integradas, que no fueron lloradas, acontecimientos difíciles de la vida que no fueron asumidos, desamores o desarreglos de todo tipo quedan como asuntos pendientes; y los hijos que llegan después se insertan en el sistema. Parte de sus vivencias, sentimientos, decisiones y posiciones en la vida tiene que ver con el sistema el que entran y con la posición que ocupan en él. Una constelación familiar es una exposición a estas imágenes y movimientos familiares, para poder detectar las dinámicas que mantienen las dificultades y generar movimientos que orienten a las personas hacia ciertas soluciones. A veces es muy poderoso, en el sentido de que se producen cambios importantes en la persona y también se producen cambios en personas de la familia que no han asistido a la constelación familiar, porque esta conciencia familiar va más allá de lo verbal y lo no-verbal, se extiende. En un sentido radical, podríamos decir que la conciencia está en todas partes. Una constelación es una forma de abrirse a esta conciencia familiar”.

Si se observa con atención las dinámicas familiares de tantas familias que nos rodean, encontramos sin duda mucho ejemplo de lealtad encontradas. Ocurre, por ejemplo, cuando la lealtad del hijo hacia sus padres se ve obligada a escindirse en los divorcios en los que uno o ambos padres no logra superar su animosidad, y tácita o descaradamente obligan al hijo a renunciar, a disimular o a empañar la lealtad y el amor que sienten por sus progenitores.

Un hijo ama a sus padres sin remedio. Cada hijo siente que lleva a su padre y a su madre dentro de sí, internalizados. Verse obligado a rechazar al padre o a la madre implica rechazar una parte de sí mismo. El mecanismo en estos casos será buscar otras formas de mostrar lealtad al progenitor ausente o condenado, y posiblemente de forma destructiva e inconsciente. Los padres separados deberían aprender a decir a cada hijo: “Aunque ya no estemos juntos, amo a tu padre, o a tu madre, en ti”, sin añadir elementos de juicio que no pertenecen a sus hijos. Son palabras sencillas pero importantes, que reconocen que el otro, el padre o la madre de quien nos hemos separado, sigue viviendo en ese hijo. Esas palabras abren la puerta para que nuestros hijos puedan respetarse a sí mismos y albergar de forma constructiva la lealtad que, de forma natural irremediable, sienten por sus padres. Cuando le damos este permiso explícito para mostrar y sentir lealtad a ambos padres, a pesar del desgarro que supone para ellos la separación física de su familia, les estamos ofreciendo la posibilidad de ser ellos mismos abiertamente».
(Fragmentos extraídos de Inocencia radical, de Elsa Punset)

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