Sistémica y literatura
Poemas de José Iniesta. Padres e hijos. Identidad. Identificación. Entidad. Dar y recibir. Legados. Despedidas. Duelos. Muerte y nacimiento. Bienvenida. Alegría.
DOS BESOS Y EL TIEMPO
A partir de un poema de Mark Strand
A mi padre, in memoriam
A mi padre, in memoriam
I. EL PRIMER BESO
Es de noche y el padre
penetra en la espesura
del cuarto de su hijo y lo contempla,
y un silencio calmado lo recibe,
una llama pequeña que respira
está alumbrando viva el universo,
la cueva donde habita la ilusión.
Mi padre –sí que existo– se detiene
apenas un minuto que perdura,
y allí todo lo puebla su entregarse.
Mi padre con su beso se me da,
y al sentarse a mi lado me repite
palabras que inauguran una rosa,
acaricia mi frente y me sonríe.
Y es entonces, allí, parece ahora,
que la luna se asoma en el cristal
por mirar en su altura lo insondable,
la hermosa llamarada de mi vida,
el abrazo que siempre es salvación.
2. DESPEDIDA
del último verano,
bajo un sol fluorescente y la rutina
de un hospital antiguo de ciudad
el hijo le devuelve, qué sentido,
a su padre cayendo por la rampa
aquel beso que fuera su legado.
Es todo lo que tiene y las palabras,
y allí sabe decirle que no importa
la rosa deshojada de su ausencia,
que siempre será el niño del abrazo
primero y de la llama, hasta el final.
Existe otra ventana, y es la misma.
La luna está mirándole de nuevo
desde un cielo rendido al corazón.
Qué silencio, de golpe, agradecido.
Ahora nada fluye donde todo
es caudal abundante de su fuente,
y el hijo bebe el agua del amor,
alcanza en arenales con su canto
la frente de su padre que se va,
la mano que una noche iluminada
acarició su frente
en la estación fecunda,
la mano que le entrega su alegría.
AMOR Y VACÍO
A mi madre, in memoriam
Qué rosa inolvidable en la pobreza.
Qué luz que ya no existe en esta luz.
Qué hueco tan amado
latiendo en tu sillón.
(De Y tu vida de golpe)
PROFECÍA EN LA VENTANA
A mi hijo Tomás, unos días antes de nacer
Mirará por ella cuando no esté, para encontrarme,
y tendrá la misma luz y mi mirada,
el mismo afán herido de asombro por el mundo.
y su vuelo en el aire ocurrirá después,
en repetidos cielos de cenizas y de oro.
y el caos de los tejados,
las sombras del tapial al mediodía,
el paso silencioso de las nubes que vienen desde el mar.
Y en esta cercanía sin tiempo te comprendo,
y así, lo que ha de ser, sabrás que ya ha ocurrido.
(De Arder en el cántico)
A mi hijo Tomás
Porque siempre es destino
¿Dónde estamos los dos,
por qué senderos?
Aquí somos la vida, a nada vamos.
Hoy escucho tu risa y todo canta,
y el tiempo si te abrazo ya no existe
y ya no sé quién soy y me confundo,
pues eres en la cueva de la noche
la luz de lo vivido y mi alegría,
y en esta oscuridad hoy soy mi padre.
No quiero nada más que tu alborozo.
Tus ojos sobre mí son la certeza
de que existo y estuve en el camino
al lado del amor y sus caudales,
de que ahora soy el hombre que te entrega
el oro que me dieron,
la luz de las palabras.
(De El eje de la luz)
Excluidor vs. excluido. Moral, juicios, ironía. Estado padre (Análisis Transaccional).
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho
AMOR A PRIMERA VISTA
Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
—quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún «lo siento»
o el sonido de «se ha equivocado» en el teléfono—,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es más que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
PERSPECTIVA
Se cruzaron como dos desconocidos,
sin gestos ni palabras,
ella de camino a la tienda
él de camino hacia el coche.
Quizá entre la consternación,
o el desconcierto,
o la inadvertencia,
de que por un breve instante
se amaron para siempre.
No hay sin embargo garantía
de que fueran ellos.
Quizá de lejos sí,
pero de cerca en absoluto.
Los vi desde la ventana,
y quien mira desde arriba
se equivoca con mayor facilidad.
Ella desapareció tras una puerta de cristal,
él subió al coche
y arrancó rápidamente.
Así que no pasó nada
ni siquiera si pasó.
Y yo sólo por un momento
segura de lo que vi,
intento ahora en un poema casual
convenceros a Vosotros, Lectores,
de que aquello fue triste.
DIVORCIO
Para los niños el primer fin del mundo de su vida.
Para el gato un nuevo dueño.
Para el perro una dueña nueva.
Para los muebles escaleras, golpes, carga, descarga.
Para las paredes claros cuadrados tras los cuadros
[descolgados.
Para los vecinos de la planta baja un tema, una pausa
[en el hastío.
Para el coche mejor que fueran dos.
Para las novelas, la poesía – de acuerdo, llévate lo que
[quieras.
Peor para la enciclopedia y el vídeo,
ah, y para el manual de ortografía,
donde tal vez se explique el tema de los dos nombres:
si todavía unirlos con la conjunción “y”,
o ya separarlos con un punto.
“Azul”, de Guadalupe Royán, es un emotivo relato sobre la pérdida de un hijo y la manera en que lo vive y acepta la familia a través de la inclusión, hermosamente ritualizada, en el sistema.
cantar el mundo nuestro
asciendo monte arriba, a la palabra,
contigo en esta noche de la luna.
Dichoso con tu mano entra la mía,
hoy evoco el suceso y el amor
del niño que yo fuera en otra noche,
mi mano tan pequeña guarecida
en la mano serena de mi padre,
el caudal que sentí de corazón
a corazón.
Y al igual que tú ahora
que me ves, hijo mío, con qué fe
debajo del silencio de los astros,
manaba de la piedra el agua clara
de aquel amor que tuve y que se dio,
el brillo de unos ojos que creyeron
en la voz de su padre y en el mundo.
contigo en esta noche de la luna.
Dichoso con tu mano entra la mía,
hoy evoco el suceso y el amor
del niño que yo fuera en otra noche,
mi mano tan pequeña guarecida
en la mano serena de mi padre,
el caudal que sentí de corazón
a corazón.
Y al igual que tú ahora
que me ves, hijo mío, con qué fe
debajo del silencio de los astros,
manaba de la piedra el agua clara
de aquel amor que tuve y que se dio,
el brillo de unos ojos que creyeron
en la voz de su padre y en el mundo.
¿Dónde estamos los dos,
por qué senderos?
Aquí somos la vida, a nada vamos.
Hoy escucho tu risa y todo canta,
y el tiempo si te abrazo ya no existe
y ya no sé quién soy y me confundo,
pues eres en la cueva de la noche
la luz de lo vivido y mi alegría,
y en esta oscuridad hoy soy mi padre.
No quiero nada más que tu alborozo.
Tus ojos sobre mí son la certeza
de que existo y estuve en el camino
al lado del amor y sus caudales,
de que ahora soy el hombre que te entrega
el oro que me dieron,
la luz de las palabras.
(De El eje de la luz)
Vocación y servicio. Vivir en el presente vs. anticipación y ansiedad. Diversión vs. miedo. Entrega.
Fragmento de Momo, de Michael Ende:
«Cada mañana iba, antes del amanecer, en su vieja y chirriante bicicleta, hacia el centro de la ciudad, a un gran edificio. Allí esperaba, con sus compañeros, en un patio, hasta que le daban una escoba y le enseñaban una calle que tenía que barrer.
A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.
Cuando barría las calles lo hacía despacio, pero con
constancia; a cada paso, una inspiración, y a cada inspiración, una barrida.
Paso- inspiración-barrida. De vez en cuando, se paraba un momento y miraba
pensativamente ante sí. Después proseguía: paso-inspiración-barrida.
Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí y la
limpia detrás, se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin
palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a
duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado. Después del trabajo,
cuando se sentaba con Momo, le explicaba sus pensamientos. Y como ella lo
escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y hallaba las palabras
adecuadas.
-Ves, Momo -le decía, por ejemplo-, las cosas son así: a
veces se tiene ante sí una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga,
que no crees que puedas acabarla nunca.
Miró un rato en silencio a su alrededor, entonces siguió:
-Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace
más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás
sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.
Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:
-Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez,
¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración
siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.
Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir:
-Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces
se hace bien la tarea. Y así ha de ser.
Después de una nueva y larga interrupción, siguió:
-De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha
barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se está sin
aliento.
Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:
-Eso es importante.
Otra vez se sentó al lado de Momo, callado, y ella vio que
estaba pensando y que quería decir algo muy especial. De repente, él la miró a
los ojos y le dijo:
-Nos he reconocido.
Pasó mucho rato antes de que continuara con voz baja:
-Eso ocurre, a veces… a mediodía…, cuando todo duerme en
el calor…El mundo se vuelve transparente… Como un río, ¿entiendes?… Se
puede ver el fondo.
Asintió y calló un rato, para decir en voz más baja:
-Hay allí otros tiempos, allí al fondo ».
Inclusión y exclusión. Reconocimiento. Entidad. Identidad. Identificación. Yo y el Otro. El Otro como espejo. Desapercibido, no visto, olvidado, no reconocido, rechazado, ignorado, juzgado: excluido.
EL DESAPERCIBIDO
«Si estamos aquí, en la vida, será para que se note. Después de tanto esfuerzo puesto en su trabajo con nuestra especie, no es mucho pedir que a la evolución se la compense al menos con el logro de hacer palmaria la presencia de cada individuo. No hablo de protagonismo, hablo de constatación. Que mi presencia sea notada, y la tuya, y la de aquel. No hace falta que los focos nos apunten. Bastará con que una luz general nos ponga bajo su atención y haga posible la entidad suficiente de cada uno. Vivos y vistos deberían ser términos sinónimos; y su sinonimia, una evidencia. No sucede así. Existe el desapercibido. No se sabe si por azar o por designio, siempre hay alguien que nadie ve, que nadie tiene en cuenta aun estando aquí o ahí, cerca. Ese que pasa por detrás de nosotros mientras miramos algo. El que en un acto social no merece siquiera el interés breve que despiertan los desconocidos. El que en una multitud es tapado por la multitud. Quien queda olvidado de inmediato como olvidamos el coche que pasa por la calle. O aquel de quien ni tan solo llegamos a saber que fue aquel. Son maneras de pasar desapercibido, de ser el desapercibido. Palpita en todas ellas un corazón secreto pero común, una verdad que cuesta reconocer y comprender y aceptar en su entera consecuencia: cada uno de nosotros es ese desapercibido, el no notado. A todos nos toca ser a menudo no vistos y, por eso, todos llegamos a estar en tantas ocasiones no vivos. Esto es lógico, tremendo, inquietante».
(El desapercibido, de Antonio Cabrera)
Aburrido, adj. Dícese del que habla cuando uno quiere que escuche.
Absurdo, s. Declaración de fe en manifiesta contradicción con nuestras opiniones.
Acusar, v. t. Afirmar la culpa o indignidad de otro; generalmente, para justificarnos por haberle causado algún daño.
Aforismo, s. Sabiduría predigerida.
Alianza, s. En política internacional, la unión de dos ladrones cada uno de los cuales ha metido tanto la mano en el bolsillo del otro que no pueden separarse para robar a un tercero.
Arrepentimiento, s. Fiel servidor y secuaz del Castigo. Suele traducirse en una actitud de enmienda que no es incompatible con la continuidad del pecado.
Batalla, s. Método de desatar con los dientes un nudo político que no pudo desatarse con la lengua.
Blanco, adj. Negro.
Complacer, v. t. Poner los cimientos para una superestructura de imposiciones.
Compulsión, s. La elocuencia del poder.
Costumbre, s. Cadena de los libres.
Decidir, v. t. Sucumbir a la preponderancia de un grupo de influencias sobre otro grupo de influencias.
Diccionario, s. Perverso artificio literario que paraliza el crecimiento de una lengua además de quitarle soltura y elasticidad. El presente diccionario, sin embargo, es una obra útil
Discusión, s. Método de confirmar a los demás en sus errores.
Disimular, v. Poner camisa limpia al carácter.
Distancia, s. Único bien que los ricos permiten conservar a los pobres.
Economía, s. Compra del barril de whisky que no se necesita por el precio de la vaca que no se tiene.
Egoísta, s. Persona de mal gusto, que se interesa más en sí mismo que en mí.
Egoísta, adj. Sin consideración por el egoísmo de los demás.
Filosofía, s. Camino de muchos ramales que conduce de ninguna parte a la nada.
Frontera, s. En Geografía política, línea imaginaria entre dos naciones que separa los derechos imaginarios de una, de los derechos imaginarios de la otra.
Ignorante, s. Persona desprovista de ciertos conocimientos que usted posee, y sabedora de otras cosas que usted ignora.
Hipócrita, s. Quien profesa virtudes que no respeta y obtiene el beneficio de parecer lo que desprecia.
Injusticia, s. De todas las cargas que soportamos o imponemos a los demás, la injusticia es la que pesa menos en las manos y más en la espalda.
Intemperie, s. Lugar donde ningún gobierno ha podido cobrar impuestos. Su función principal es inspirar a los poetas.
Jersey, s. Pieza de vestir que lleva un niño cuando su madre tiene frío.
Mendaz, adj. Aficionado a la retórica.
Pelmazo. s. Persona que habla cuando quieres que escuche.
Racional, adj. Libre de todos los engaños salvo los de la observación, la experiencia y la reflexión.
Realmente, adv. Aparentemente, quizá; posiblemente.
Temerario, adj. Insensible al valor de nuestros consejos.
Tierra, s. Parte de la superficie de la Tierra considerada como propiedad. La teoría de que la tierra es propiedad sujeta a posesión y control privados constituye el fundamento de la sociedad moderna, y es digna de esa sociedad. Llevada a sus consecuencias lógicas, significa que algunos tienen el derecho a impedir que otros vivan, puesto que el derecho de propiedad implica el derecho a ocupar con exclusividad y, en efecto, siempre que se reconoce la propiedad de la tierra se dictan leyes contra los intrusos. De ello se sigue que si toda la superficie del planeta es propiedad de A, B y C, no habrá lugar para que nazcan D, E, F y G, o para que sobrevivan si han nacido como intrusos.
Verdad, s. Ingeniosa mixtura de lo que es deseable y lo que es aparente.
(Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce).
(Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce).
Poema de Vicente Aleixandre. Identidad, individualidad y pertenencia, inclusión y ampliación, confianza, entrega y rendición.
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante,
vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere
calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto
corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con
resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las
reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede
reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen,
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho
amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y
se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón dimunuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
(De Historia del corazón).
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón dimunuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
(De Historia del corazón).
Poemas de Wislawa Szymborska. Relaciones de pareja, vínculos. El destino. El tiempo. La identidad.
Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
—quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún «lo siento»
o el sonido de «se ha equivocado» en el teléfono—,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es más que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
(De Fin y principio)
PERSPECTIVA
Se cruzaron como dos desconocidos,
sin gestos ni palabras,
ella de camino a la tienda
él de camino hacia el coche.
Quizá entre la consternación,
o el desconcierto,
o la inadvertencia,
de que por un breve instante
se amaron para siempre.
No hay sin embargo garantía
de que fueran ellos.
Quizá de lejos sí,
pero de cerca en absoluto.
Los vi desde la ventana,
y quien mira desde arriba
se equivoca con mayor facilidad.
Ella desapareció tras una puerta de cristal,
él subió al coche
y arrancó rápidamente.
Así que no pasó nada
ni siquiera si pasó.
Y yo sólo por un momento
segura de lo que vi,
intento ahora en un poema casual
convenceros a Vosotros, Lectores,
de que aquello fue triste.
(De Dos puntos)
DIVORCIO
Para los niños el primer fin del mundo de su vida.
Para el gato un nuevo dueño.
Para el perro una dueña nueva.
Para los muebles escaleras, golpes, carga, descarga.
Para las paredes claros cuadrados tras los cuadros
[descolgados.
Para los vecinos de la planta baja un tema, una pausa
[en el hastío.
Para el coche mejor que fueran dos.
Para las novelas, la poesía – de acuerdo, llévate lo que
[quieras.
Peor para la enciclopedia y el vídeo,
ah, y para el manual de ortografía,
donde tal vez se explique el tema de los dos nombres:
si todavía unirlos con la conjunción “y”,
o ya separarlos con un punto.
(De Aquí)
INSTANTE
Camino por la ladera de una verdeante colina.
Hierba, florecillas en la hierba,
como si fuera un cuadro para niños.
Un neblinoso cielo ya azulea.
Una vista sobre otras colinas se extiende en silencio.
Como si aquí nada hubiera de cámbricos, silúricos,
ni rocas gruñéndose las unas a las otras,
ni abismos elevados,
ninguna noche en llamas
ni días en nubes de oscuridad.
Como si no pasaran por aquí llanuras
en febriles delirios,
en helados temblores.
Como si solo en otros lugares se agitaran los mares
y desgarraran las orillas de los horizontes.
Son las nueve y media hora local.
Todo está en su sitio en ordenada armonía.
En el valle un pequeño arroyo cual pequeño arroyo.
Un sendero en forma de sendero desde siempre hasta siempre.
Un bosque que aparenta un bosque por los siglos de los siglos, amén,
y en lo alto unos pájaros que vuelan en su papel de pájaros que vuelan.
Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante.
Uno de esos terrenales instantes
a los que se pide que duren.
UNA DEL MONTÓN
Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.
Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos individuo.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento.
Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo el cristal de un microscopio.
Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio.
Hierba arrollada
por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella
que para otros brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente,
o solo asco,
o solo compasión?
¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo.
Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.
Se me pudo haber privado
de la tendencia a comparar.
Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera
lo que habría significado
ser alguien completamente diferente.
Camino por la ladera de una verdeante colina.
Hierba, florecillas en la hierba,
como si fuera un cuadro para niños.
Un neblinoso cielo ya azulea.
Una vista sobre otras colinas se extiende en silencio.
Como si aquí nada hubiera de cámbricos, silúricos,
ni rocas gruñéndose las unas a las otras,
ni abismos elevados,
ninguna noche en llamas
ni días en nubes de oscuridad.
Como si no pasaran por aquí llanuras
en febriles delirios,
en helados temblores.
Como si solo en otros lugares se agitaran los mares
y desgarraran las orillas de los horizontes.
Son las nueve y media hora local.
Todo está en su sitio en ordenada armonía.
En el valle un pequeño arroyo cual pequeño arroyo.
Un sendero en forma de sendero desde siempre hasta siempre.
Un bosque que aparenta un bosque por los siglos de los siglos, amén,
y en lo alto unos pájaros que vuelan en su papel de pájaros que vuelan.
Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante.
Uno de esos terrenales instantes
a los que se pide que duren.
UNA DEL MONTÓN
Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.
Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos individuo.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento.
Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo el cristal de un microscopio.
Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio.
Hierba arrollada
por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella
que para otros brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente,
o solo asco,
o solo compasión?
¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo.
Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.
Se me pudo haber privado
de la tendencia a comparar.
Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera
lo que habría significado
ser alguien completamente diferente.
(De Instante)
Infancia, inocencia vs. culpa, padres e hijos, raíces, identidad. Realidad vs. fantasía, exclusión, proyección. Anomalías del habla, pertenencia, secretos y tartamudez. Incomunicación, creatividad y escritura como terapia.
Cómo empecé a escribir
«Al decir “cómo empecé a escribir”, no me refiero a un sistema a seguir para ser escritor ―si es que existe, que lo dudo― sino más bien a la búsqueda de algunas motivaciones, motivaciones que siempre resultarán bastante vagas, al cómo una persona como yo puede entregar su vida, desde tan temprana edad, a eso que suele llamarse comúnmente literatura, y que, a su vez, es también tan indefinible como opinable. Huyo sistemáticamente de toda definición en este sentido, porque a lo largo de mis años he comprendido que la más afortunada entre ellas no es sino una invención más, debida con más frecuencia a quienes no son escritores, que a quienes lo son. Y cuando digo escritor, me refiero, en este caso concreto, al creador literario.
Supongo que las razones o motivos de un escritor como tal, obedecen a causas tan distintas entre sí, como distintos entre sí son todos los hombres; pero sin olvidar que a todos en general acostumbra unirnos un nexo común: el malestar en el mundo.
Reduciendo esto a mi caso particular, si para explicar o explicarme esas razones acudo a la infancia, es porque creo que tanto en la literatura como en la vida, la “infancia” está siempre aquí. Muchas veces he dicho que si yo escribo es porque no sé hablar. Y añado ahora, que si todavía no sé hablar, acaso tenga parte en ello el hecho de que fui una niña tartamuda. Pero muy tartamuda: como acostumbran a presentarse en los chistes o en las películas cómicas. Como no podía expresarme igual a las otras niñas, como me sentía aislada del mundo que me rodeaba, y por circunstancias implícitas a la época en que me tocó nacer, a la familia y clase social a que pertenecía, mi infancia transcurrió, en su mayor parte, sumida en el desamor y en la soledad. Para los niños como nosotros, los padres resultaban seres casi míticos, totalmente alejados de nuestra confianza. Por lo común, los niños de mi tiempo debíamos refugiarnos en alguna amistad de colegio, o en algún cariño capaz de llenar tanto vacío afectivo, como el que podía ser el de alguna niñera o cocinera. Hasta que llegara un día en que súbitamente y, aun en la ignorancia de la cara más cínica del mundo, nos arrojasen hacia la vida, nos enfrentasen a ella brusca y dolorosamente, de un empujón, como quien lanza a la piscina una criatura que nunca aprenderá a nadar.
Lo que acabo de referir puede dar una idea aproximada de la soledad de una niña cuyas palabras siempre hacen reír a sus compañeros en clase. Incluso a sus profesoras, y hasta a sus propios hermanos. Risas y burlas que los años disculpan, pero que no pueden olvidarse. A mí me gustaba estudiar, y lo hacía, pero no podía recitar mis lecciones o responder a las preguntas en mi clase. Y acabé siendo la última, con las represiones y amenazas que se suponen, y acabaron por arrinconarme y aislarme definitivamente. Pasé a ser la eterna “distraída” cuando en verdad ahora pienso que era más exactamente la “retraída”. Así pues, ya que la vida o el mundo me resultaban ajenos, me rechazaban, por así decirlo, hube de inventarme el mundo, y la vida.
Nunca entré en lo que suele llamarse “los secretos de las niñas”, porque las niñas no me querían. Era desmañada y demasiado inocente. Sigo siendo desmañada, aunque lamentablemente, algo menos inocente.
No sé en qué lenguaje (porque existe el lenguaje de la infancia, un lenguaje universal aunque siempre perdido u olvidado) me diría: ¿Quién ha inventado mi vida? ¿Quién soy yo? No creía pertenecer ni a aquella época ni a aquella sociedad. Intuitivamente me decía: ¿Es que yo no soy de éstos, o es que todavía no he llegado a alguien? Después de preguntarme: ¿Quién inventó mi vida?, decidí inventarla yo; y en seguida comencé a escribir. Y a descubrir que la soledad podía ser verdaderamente algo hermoso, aunque ignorado. Y de pronto, la soledad cambió su figura, se convirtió en otra cosa. Creció como la sombra de un pájaro crece en la pared, emprende el vuelo y se convierte en algo fascinante: algo parecido a una revelación de la otra cara de esa vida que nos rechaza.
Así aprendí a ver el fulgor de la oscuridad. Yo quería (al revés de los otros niños) ser castigada en el cuarto oscuro, para ver ese resplandor de la nada aparente. Y recuerdo que un día, al partir entre mis dedos un terrón de azúcar, brotó en la oscuridad una chispita azul. Pero creo que todavía hoy puedo, a veces, ver luz en la oscuridad, o mejor dicho, la luz de la oscuridad. Eso es lo que hago cuando escribo.
En medio de estos pequeños desastres de mi vida, que a lo largo de los años pienso no lo fueron tanto, estalló la Guerra Civil. Entonces, la imagen más brutal y menos agradable de la vida rompió y penetró en ese círculo mío, en esa especie de isla privada y solitaria.
Aprendí a mirar las cosas y los seres con otros ojos, a oír con otros oídos, y a comprender, al fin, que no importaba demasiado de dónde venía yo o a dónde iba. Supe que estaba allí. Y que debía avanzar, tanto si me gustaba como si no.
Así estoy aún. Sólo puedo añadir, ya que no sé hablar, que probablemente tengo aún mucho que escribir. Pero nada más que decir».
(Los niños tontos, de Ana María Matute).
Imágenes y relaciones (I):
Amor 77
«Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son».
(Un tal Lucas, de Julio Cortázar).
Imágenes y relaciones (II):
«Somos como escultores, constantemente tallando en los demás imágenes que anhelamos, necesitamos o deseamos, a menudo en contra de la realidad, contra su beneficio, y siempre, al final, un desengaño, porque no se ajusta a ellos».
(Anaïs Nin).
Desorden sistémico. Excluidores y excluidos.
El banquete
Con los fémures rotos bajo el peso
de sus noventa años, desconfiada y voraz,
mi suegra vigilaba, y el cobarde de mi suegro,
bajo su obesidad, en diez lenguas callaba.
Mi hijo, con un pozo oscuro y frío
en su cabeza, absorto se atracaba
mientras veía la televisión.
Mi hermano se mataba engordando, y gritaba
sucias procacidades a los manteles blancos.
Mis padres parecían disecados,
mudos de tanto odiarse,
Con los fémures rotos bajo el peso
de sus noventa años, desconfiada y voraz,
mi suegra vigilaba, y el cobarde de mi suegro,
bajo su obesidad, en diez lenguas callaba.
Mi hijo, con un pozo oscuro y frío
en su cabeza, absorto se atracaba
mientras veía la televisión.
Mi hermano se mataba engordando, y gritaba
sucias procacidades a los manteles blancos.
Mis padres parecían disecados,
mudos de tanto odiarse,
y con la soledad terminal en sus caras.
Un banquete moral, repugnante y fantástico.
Tú, con nuestra amistad salvada del naufragio,
sonriente me mirabas, pero
tantos años de monstruos han sido implacables.
(Los motivos del lobo, de Joan Margarit)
Un banquete moral, repugnante y fantástico.
Tú, con nuestra amistad salvada del naufragio,
sonriente me mirabas, pero
tantos años de monstruos han sido implacables.
(Los motivos del lobo, de Joan Margarit)
«…Y pensé que a medida que nos relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida.
[…] En la vida existe un valor que permanece muchas veces invisible para los demás: es la fidelidad o la traición a lo que sentimos como un destino o una vocación a cumplir. El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta sino que se encarna en alguna circunstancia, en un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento pobrísimo en los confines de un imperio. Se muestra en signos que parecen insignificantes pero que luego reconocemos como decisivos. Así en la vida uno muchas veces cree andar perdido, cuando en realidad siempre caminamos con un rumbo fijo, en ocasiones determinado por nuestra voluntad más visible y en otras, quizá más decisivas a nuestra existencia por una voluntad desconocida aún para nosotros mismos. Pero no creo en el destino como fatalidad, creo que la libertad nos fue destinada para cumplir una misión en la vida; y sin libertad nada vale la pena. Es más creo que la libertad que está a nuestro alcance es mayor que la que nos atrevemos a vivir».
Versos de agradecimiento y celebración del fulgor de la vida: “Marta alrededor de un poema”, de Ramón Rodríguez Pérez.
«Hablemos ahora de los pies de una niña descalza
despejo así mi alma cansada de dialogar con tanto muerto y me tatúo su sonrisa de pájaro amable y olvido el inagotable desierto que es mi patria, la Virgen María, las ambulancias, mi pierna dormida
el tedio tu le connais lecteur ce monstre delicat se agota al sur de sus trenzas y tornan en piedrecitas blancas mis días cansados, muertos los dioses, muerto Pan solo sé que es abril, la miro y entiendo que es abril y en el cuenco de su leve mano anida la tórtola del consuelo y de ese temblor me alimento este jueves de azulejos
en el que abandono en la percha de mi alma de perro, mi lengua afilada y, feliz como judío que hereda el trigo, asisto a la celebración de la espuma, el caballo azul, la risa desbocada que aclara las lindes, que abre las verjas y me hace decir yo soy otro con un ladrido lejano y mudo en la hora en que los poetas declinan su nombre, su nación, su raza y ella, una niña descalza hija de la flecha y de los ánades, va encendiendo la noche
va encendiendo todas las ventanas, mi corazón, mi cuerpo hueco que da las gracias no sabe a quién, que da las gracias»
(Del libro Columbario).
(Del libro Columbario).
Primavera
Torrijas de vino blanco
y pura miel de romero
mi madre con delantal
azul y amarillo friendo,
en la cocina cantaba
feliz, como los jilgueros,
aquellos días de marzo
de velas y olor a incienso.
Alto, robusto y muy guapo,
niño, serás panadero
de nariz y manos grandes
como tu padre y tu abuelo.
Y a tu novia le diré
que cuide bien de mis nietos
porque trigo llevarán
en la sangre y en los huesos,
y el sol, la tierra y el agua,
y el fuego del horno dentro,
torrijas de vino blanco
y pura miel de romero.
“Azul”, de Guadalupe Royán, es un emotivo relato sobre la pérdida de un hijo y la manera en que lo vive y acepta la familia a través de la inclusión, hermosamente ritualizada, en el sistema.
«Mamá me dijo que había un bebé en su tripa. Era muy pequeño
aún, pero iba a crecer y crecer hasta hacerse muy grande. La tripa de mamá
también iba a ponerse muy grande y redonda. Enoooorme. Hasta que el bebé fuese
lo bastante grande para salir. Como yo. Yo también estuve en la tripa de mamá,
y crecí mucho hasta que fui grande y salí.
Mamá a veces me da besazos de elefante. Mueve el brazo por
encima de la nariz, para arriba y para abajo, dice tuuuuuuuuu, tuuuuuuuuuu y me
da un beso gigantesco en el moflete. MMMUUUUUAAAA. Los besazos de elefante son
muy divertidos. Yo le doy al bebé besitos de hormiguita chiquitita, porque aún
es muy pequeño para un besazo de elefante. Por la noche, cuando me tumbo en la
cama al lado de mamá, le doy un beso de hormiguita en la tripa, muy suave, solo
rozándola, para que le llegue al bebé. Me acerco despacito con mucho cuidado y
le doy un beso muy muy muy pequeñito, que no hace ningún ruido, para que el
bebé no se asuste, porque aún es chiquito.
Mamá me pregunta si querré abrazar al bebé cuando salga, y
darle besos. Yo sí quiero. Y también quiero cambiarle el pañal cuando tenga
caca. Le prestaré una tetita de mamá, la más pequeña. La más grande me la quedo
yo. Y el coche blanco (está un poco roto) también se lo prestaré, pero el
camión de bomberos es para mí. Le enseñaré a tocar el acordeón y daremos
conciertos juntos.
Hoy hemos ido a ver al bebé en una pantalla. Y a escucharle
el corazón pompompompom. Mamá se ha tumbado en una cama mientras papá me cogía
en brazos y mirábamos la pantalla. Papá me dijo que me avisaría cuando
apareciese el bebé, pero no me ha avisado y nos hemos ido. Hemos vuelto a casa
en el coche, y mamá estaba muy triste, creo que estaba llorando. En casa papá y
mamá me han contado que el bebé se murió, y por eso no hemos escuchado el
corazón pompompompom. Que el bebé era muy muy chiquitito y por eso no se veía
en la pantalla. El bebé ya no va a crecer más, se va a quedar así de pequeñito
para siempre, y eso es lo que quiere decir que se murió.
Mamá está muy triste porque el bebé se murió. Yo también
estoy triste porque ya no está en la tripa de mamá y yo no podré abrazarlo ni
cambiarle el pañal cuando tenga caca. Anoche mamá se puso muy mala y le dolía
mucho la tripa. A veces se sentaba en una silla y luego se levantaba y se
apoyaba en la pared y cantaba bajito con la A. Papá me cogió en brazos y me
explicó que el bebé estaba saliendo y por eso a mamá le dolía la tripa. Que la
despedida era así. Luego papá me llevó a la cama, me cantó El negrito y me acarició la cabeza despacio.
Cuando me desperté mamá ya no estaba mala, pero estaba
triste. Le di un besazo de elefante, porque a veces cuando está triste con un
beso de elefante se pone más contenta. Yo quería pintar y mamá puso un papel
enorme en el suelo y nos pusimos a pintar con pinceles y pinturas de colores.
Le dije a mamá que pintase con el azul. Mamá pintó una lenteja de color azul y
me dijo que así era el bebé cuando se fue. Luego llenó su trozo de papel con
lentejas azules. Me preguntó si Azul me parecía un buen nombre para el bebé. Le
dije que sí, Azuloscuro.
El bebé ya no está. Se fue de la tripa de mamá y ya no voy a
jugar a los coches con él. Le he preguntado a mamá dónde está el bebé ahora. Me
ha dicho que está en el mar, que siempre ha vivido en el agua y que ahí es
donde van los niños del agua. Yo creo que al bebé le gusta mucho nadar, y que a
todos los peces que encuentra les da besos de hormiguita».
(Del libro Ven, siéntate aquí).
(Ilustración de Raquel Catalina)
Un conmovedor relato sistémico para seguir indagando en nuestras raíces, en su profundidad y textura: “Carretera de sierra”, de Ricardo Reques.
«Las serpenteantes carreteras de sierra siempre me han gustado más que las rectas autovías. Cada curva incierta es un paisaje nuevo. Cuando puedo elegir y el tiempo no me limita siempre elijo estos caminos. Quizás sea más aventurado ir por una carretera estrecha, con precipicios a los lados, con cambios de rasante y pendientes pronunciadas, pero esa peligrosidad me mantiene alerta, me da mayor control sobre las decisiones que tomo; un breve descuido y mi coche puede salir volando, caer por un terraplén o estrellarse contra un árbol.
Aquella mañana había que extremar las precauciones, la lluvia no era intensa pero había una neblina que se espesaba en cada vaguada. Fuera, la temperatura era de ocho grados; sin embargo, dentro del coche me sentía confortable, escuchando en ese momento un compact de Shakira; sus juegos de voces y los cambios de ritmo me recordaban sus enloquecidas caderas.
Bajaba hacia el río y la niebla era cada vez más densa. Si hubiera sacado la mano por la ventanilla seguro que habría podido atrapar un pedazo de nube. La música dejó de sonar y el silencio era húmedo. Ni siquiera con las antiniebla podía distinguir los límites de la carretera. Me concentré en la línea blanca dibujada en su borde derecho y reduje la velocidad al paso de un tractor.
Pasado el estrecho puente comencé el ascenso que definía el angosto valle encajonado y la niebla, poco a poco, se fue disipando. Primero un atisbo de sol que se iba abriendo entre las nubes me despertó la esperanza de que el día finalmente se despejase y al llegar a la cumbre de una colina el paisaje ya era radiante, y atrás quedaba un mar de nubes reposando sobre el río. Ante mí se abría un lienzo verde salpicado de árboles con el tronco rojo que me recordaban los alcornocales de mi infancia. Ya sin necesidad de luces avanzaba por la carretera que, sin embargo, estaba en mal estado, con tramos sin asfaltar. Se veían algunas casas y, a lo lejos, algún cortijo; también se veía a alguna que otra persona haciendo labores del campo en pequeñas huertas. Bajé la ventanilla y escuché el canto de los pájaros, la temperatura era algo más alta. Caminando por el arcén iba un hombre mayor que parecía cansado. Me detuve junto a él y le pregunté si quería que le llevase a algún sitio. Su cara me resultó familiar.
Solo cuando se sentó en el coche supe que era mi abuelo, pero él no me reconoció. Me acordé entonces de cuando era niño e iba con él al campo los fines de semana —ese mismo campo de alcornoques por el que ahora pasábamos—, de la chimenea con el fuego que crispaba la madera y era testigo de cuentos e historias que, a duras penas, retengo en mi cabeza, de sus remedios de medicina natural, de sus manos grandes y cálidas que calmaban el dolor de mi vientre, de su confianza en la suerte y en el destino, de su manera franca de afrontar la vida.
Pero él no me reconocía. Han pasado muchos años. Solo se refería a cosas banales: al viento que se había levantado, a la lluvia que había regado la madrugada, a los zorzales que se agrupaban en aquellos árboles, a cosas que en ese momento no me importaban. No me hablaba de los ancianos días, de las historias de la guerra, de cómo un obús acabó con la vida de su mujer y de su pequeña hija, de cómo fue al frente llevándose de la mano tibia a mi padre cuando tenía sólo dos años; no me hablaba de cómo, con rabia, llegó a ser campeón de boxeo, de la ingenua esperanza que tenía en que algún día le tocase la lotería, de la importancia de cumplir los sueños, de buscar la felicidad perdida entre las cosas cotidianas que siempre olvidamos; no me hablaba de la dureza de su enfermedad, de lo que me prometió poco antes de morir: que vendría a verme, que no me asustase si en mis sueños se aparecía y me seguía contando aquellas historias.
Atravesé un pequeño túnel justo en el momento en el que por arriba pasaba un tren veloz. El cielo volvía a estar cubierto, la niebla era tenue, Shakira volvía a sonar y yo me encontraba de nuevo solo en un invierno frío».
(Del libro El enmendador de corazones).
(Del libro El enmendador de corazones).
«Crecerá mi hija. Un día se preguntará por los zigzags de su padre, por ese continuo desplazarse sin rumbo fijo. Tal vez no halle respuesta en la lógica, no halle una consigna que la salve de la confusión, de un tipo que sólo responde a la llamada, al impulso desmedido que late como una fiera bajo las líneas y las curvas, que esconden todos los mapas.
Crecerá mi hija. Alguien le contará que mi abuelo conducía un camión por las sierras del sur, que mi padre muchas veces le acompañaba aún chiquillo, que luego éste creció y cruzó este país con la rabia y el placer de quien devora kilómetros sin miedo, que mi hermano se volvió más osado y, como mi padre, nunca se amedrentó al pisar otras tierras, otras ciudades.
Y puede que mi hija alcance a comprender de qué materia estamos hechos, por qué el apellido le tiembla bajo el pulso, la lanza despedida
«Estoy pensando en mí mismo, justo antes de nacer, sentado en la sala de espera de una maternidad. Tengo veinticinco años y ya he aprendido algunas certezas. Algunas amargas renuncias. Pero ahora eso da igual, porque ha nacido mi hijo y estoy dispuesto a jurar los Principios del Movimiento. Por este niño moreno y enfermizo. Por este amor que todavía desconozco, esta mujer que me fascina.
Estoy pensando en mí mismo, tengo veinticinco años, pronto emprenderé un largo viaje. A las playas desiertas de Salou, a los apartamentos vacíos del invierno, donde hemos sido felices, ajenos al ruido de una España mortecina. Él y yo, y esa mujer que en la foto nos abraza. Esa mujer que hoy abraza a mi hijo, también con gafas, con la misma sonrisa de mi padre.
Estoy pensando en mi hijo cuando veo a mi padre. Yo soy mi padre».
(Del libro García).
Estoy pensando en mí mismo, tengo veinticinco años, pronto emprenderé un largo viaje. A las playas desiertas de Salou, a los apartamentos vacíos del invierno, donde hemos sido felices, ajenos al ruido de una España mortecina. Él y yo, y esa mujer que en la foto nos abraza. Esa mujer que hoy abraza a mi hijo, también con gafas, con la misma sonrisa de mi padre.
Estoy pensando en mi hijo cuando veo a mi padre. Yo soy mi padre».
(Del libro García).
“Bajo sus casi infinitas formas, el relato está presente en todas las épocas, en todos los lugares, en todas las sociedades; el relato empieza con la humanidad; no hay, nunca ha habido un pueblo sin relato”, (Roland Barthes).
Un relato sistémico de Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino: