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La locura lo cura

La locura lo cura 1
Guillermo Borja y Claudio Naranjo

La locura lo cura 3«La autenticidad es la capacidad de manifestarse tal y como se es, sin ocultamientos. Lo auténtico es y tiene valor. La autenticidad no es tratar de ser mejor. Esto es sentido del deber, es una obligación, es una orden, una fachada. La verdadera autenticidad es mostrarse, sin juicio, sin temor a ser descalificado».


«Hay que ir al fondo del océano, hay que ahogarse y no andar con flotadores. Hay que aprender a confiar en la tempestad. Hay que hundirse, flotar, ahogarse y salir. Hay que renunciar a la salida mientras no se haya llegado al fondo. Sino no se resuelve nada. Hablo de resolver, no de cambiar conductas. Es necesario llegar al núcleo, a la esencia del conflicto, para poder conocer y elegir con libertad».

«La solución está en la experiencia misma, en jugar al riesgo de profundizar en uno mismo. El pensamiento no resuelve, porque el problema no se originó con un pensamiento, sino con una experiencia, con una vivencia, con una palabra o con el impacto de una presencia que nos marcó. Lo más importante es la impecabilidad, poder estar abierto y presente en el instante, suceda lo que suceda, tanto si es placentero como si es adverso». 
«Hay terapeutas que se vuelven maniáticos de los cursos, para mejorar sus defensas. No niego la importancia de los conocimientos. Me refiero a aquellos que se paralizan si no van al curso, que esconden su poco desarrollo personal en la adquisición de más y más información. Pero la base de todo es el desarrollo como persona».


«El crecimiento tiene que ser simultáneo, coherente. Si no las técnicas van a ser asimiladas de forma mecánica. La técnica es insensible, lo que vivifica es el desarrollo personal del terapeuta. La técnica funciona si el terapeuta está plenamente vivo. Ahí tienen éxito las técnicas, porque el terapeuta las ha aplicado primero en él mismo, las ha vivenciado y ha tenido una experiencia que trasciende lo mental, lo emocional. Repito: un terapeuta sin trabajo personal es un robot, un enfermo más, alguien que va a llevar a nada al paciente. La base de una teoría, de una técnica, de una escuela, es la experiencia».


«La mejor medida de un tratamiento se halla en la capacidad que ha adquirido el terapeuta para la introspección y en su transparencia como persona. Muchos terapeutas intentan disolver una problemática a través del intelecto y solo logran por ese medio la insensibilización de lo humano. Así, nos volvemos más máquinas, más ordenados, más decentes, más educados, y más acordes a la norma establecida. El intelecto, en definitiva, provoca un enmascaramiento que aumenta los niveles de riesgo de enfermedad y hace que después resulte más difícil de localizar; cuando los síntomas ya no nos sirven de guía, corremos el riesgo de que lo que veamos sea una metástasis».

«Aunque no lo digan explícitamente, la mayoría de las corrientes o escuelas de psicología tienen la norma implícita de que el terapeuta no comparta información personal con su paciente, de que no le abra al paciente las puertas de su vida personal. Esto lo considero muy negativo, pues la transparencia invita a la realización del paciente. Además, uno trata de enseñar que no hay que ocultar nada en la vida, de lograr que el otro haga su vida y entienda que nada va a pasarle por el mero hecho de vivirla. La distancia es innecesaria. Es miedo. Es negar algo que queremos ocultar. Esto no es muy terapéutico; es más fácil no ocultar, es más sencillo ser natural y simple, es mejor acortar el camino y no esperar que el paciente, a través de sus fantasías, llegue a una conclusión que nosotros le podríamos haber mostrado antes. La salud está sostenida por la simpleza, por dejarse ver, por permitir que se acorten las rutas. La sencillez es ver lo que nos sucede y cómo lo vivimos».

«Confundimos el sufrimiento con el dolor. Hago una distinción: el sufrimiento es un contenido enfermo. No hablo del sufrimiento poético ni del sufrir de los místicos, sino del sufrir masoquista del que se aferra a vivir mal, del que se repite y genera para sí una adicción al malestar interno y externo. El sufrimiento evita el contacto con el dolor; al fin y al cabo, preferimos sufrir antes que aceptar y sentir el dolor. El sufrimiento es una capa externa que desquicia, que lo vuelve a uno incongruente. Es una acto irracional que, o bien nos induce a la parálisis, o bien nos vuelve hiperquinéticos. El dolor es estar en contacto con lo que sentimos: con nuestras carencias y con nuestra esencia. El sufrimiento es estruendoso y el dolor es silencioso, quieto, interno y propio. Es un estado de soledad. El sufrimiento es exhibicionista, quiere estar presente y tener testigos ante quienes representar el acto heroico».


«Hay que lograr la capacidad de estar donde se quiere, con quien se quiere, el tiempo que se quiere, y poder irse cuando uno quiere, lo cual no es una tragedia».

Fragmentos de La locura lo cura. Manifiesto Psicoterapéutico, de Guillermo Borja (Ed. La Llave, 1995).

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