Imagen de la película “Agosto”, de John Welles
VÍNCULOS
‹‹A lo largo de milenios hemos convertido la necesidad instintiva de procrear y conservar la propia especie en el amor de pareja, la unión familiar y la convivencia solidaria. Estos vínculos de cariño y apoyo mutuo no sólo constituyen los cimientos de la humanidad, sino que además son antídotos muy eficaces contra los efectos nocivos de todo tipo de calamidades. Quienes se sienten genuinamente parte de un grupo superan los obstáculos que se cruzan en su camino mucho mejor que quienes se sienten aislados, sin una red de soporte emocional. El desarrollo de la capacidad para crear y mantener lazos de afecto gratificantes con otras personas comienza a los pocos días de nacer.
El estilo o la forma de relacionarnos se configuran durante la infancia y la adolescencia y está influido por las experiencias que se tienen con los padres -especialmente la madre- y con otras personas importantes. La naturaleza de nuestros vínculos también varía según nuestra personalidad y el significado que demos a la intimidad. Nuestra forma de vivir en compañía de otros se manifiesta en las emociones, los pensamientos o la ausencia de las personas con quienes hemos establecido lazos afectivos.
Las relaciones entre las personas están continuamente en proceso de cambio. Adoptan formas diversas a través del tiempo, dependiendo de la evolución de la personalidad de cada uno y de los avatares de sus vidas. Incluso los acontecimientos favorables requieren flexibilidad y adaptación por parte de los miembros del grupo.
Familiarizarnos con las creencias y suposiciones más o menos automáticas que hacemos sobre nuestras relaciones nos ayuda a captar y cuestionar los prejuicios y expectativas idealizadas que albergamos, y a abrirnos a la posibilidad de cambiarlos. El conocimiento de uno mismo implica ser consciente de las consecuencias positivas y negativas de nuestros actos. Ciertas conductas repercuten en nosotros y en nuestro vínculos afectivos, dejan residuo y configuran nuestras relaciones futuras. Aprender de las experiencias pasadas nos ayuda a entender y a identificar correctamente los rasgos de nuestra personalidad que nos conviene cultivar y los que debemos desechar. Además, si nos lo proponemos y estamos dispuestos a invertir energía y tiempo, también podemos moldear los rasgos de nuestra personalidad que facilitan la convivencia saludable y gratificante.
Todas las relaciones afectivas requieren mantenimiento. Necesitan ser afinadas periódicamente para responder a los cambios normales de la vida, resolver las desavenencias que emergen y hacer frente a las vicisitudes de nuestro trayecto vital, como el nacimiento de un hijo, el éxito profesional, los agobios económicos, las enfermedades, las imposiciones de hijos adolescentes rebeldes, o el cuidado de padres ancianos. Por esto, las buenas relaciones exigen motivación, flexibilidad, planificación y esfuerzo para escuchar, comprender, perdonar y para armonizar las necesidades contrapuestas de dependencia y autonomía.
El estilo optimista de enjuiciar los conflictos nos empuja a minimizar el impacto o incluso a buscar el lado positivo de las crisis, alimenta en nosotros la sensación de que podemos controlar las circunstancias y nos protege del autocastigo y del desánimo. Este estilo de explicar los hechos no está reñido con la aceptación de los problemas reales o las circunstancias desafortunadas, ni con el reconocimiento de los propios fallos. Tampoco nos ciega ante la posibilidad de que la relación esté afligida por una incurable enfermedad. Pero sí es incompatible con la apatía, la impotencia y el rechazo de opciones que puedan ayudar a mejorar la situación. En este sentido, nos anima a buscar una solución al problema; y cuanto más persistimos, más altas son las probabilidades de encontrarla, en caso de que ésta exista. La disposición optimista suele coexistir con otros atributos del carácter favorables para la convivencia, como la extroversión o la tendencia de la persona a ser afable y comunicativa, y la inclinación a agradecer o a sentir y mostrar gratitud por algo recibido››.
DINÁMICAS DE FAMILIA
‹‹La familia constituye el compromiso social de confianza más firme, el pacto más resistente de protección y de apoyo mutuo, el acuerdo más profundo de amor que existe. Sin embargo, el hogar familiar es también un ambiente pródigo en contrastes y contradicciones. Nos ofrece el refugio donde cobijarnos de las agresiones del mundo circundante y, simultáneamente, nos enfrenta a las más intensas pasiones humanas. La casa familiar es el caldo de cultivo donde se desarrollan las relaciones más generosas, seguras y duraderas y, al mismo tiempo, el escenario donde más vivamente se manifiestan las hostilidades, las rivalidades, y los más amargos conflictos entre hombres y mujeres, o entre mayores y pequeños. De hecho, los seres humanos tenemos mayor probabilidad de ser maltratados física y mentalmente en nuestro propio hogar que en ningún otro lugar del planeta.
La familia se transforma pero nunca desaparece. La familia nuclear, reducida, autónoma y migratoria, compuesta solamente de la pareja y uno o dos hijos, es cada día más frecuente. Entre los nuevos hogares en auge también se encuentran los matrimonios sin hijos, las parejas de hecho que habitan juntas sin casarse, los segundos matrimonios de divorciados que agrupan a niños de orígenes distintos, los hogares monoparentales, y las uniones homosexuales. La sociedad se inclina cada día más a reconocer la diversidad y legitimidad de estas relaciones basadas en la elección libre, en el amor y en el compromiso sellado por sus protagonistas.
Los avances sociales experimentados en las últimas décadas por el sexo femenino han permitido a la mujer penetrar en el reino de la economía, de los negocios, de las profesiones y de las decisiones políticas controladas tradicionalmente por los hombres. Paralelamente, la mujer también ha desafiado al varón a participar en las labores familiares y a adaptarse a una nueva y más equitativa dinámica de pareja››.
HERMANOS Y ABUELOS
‹‹Cada vez que nace un hijo, nacen abuelos; cada vez que nace un segundo hijo nacen hermanos. Comparadas con las relaciones de pareja o entre padres e hijos, las relaciones entre hermanos y la influencia de los abuelos en el seno familiar han recibido mucha menos atención por parte de los estudiosos de la familia.
Cuando los hijos se hacen padres, los padres se hacen abuelos. Los lazos entrañables de amor entre abuelos y nietos han constituido, desde siempre, uno de los aspectos más gratificantes y entrañables del hogar familiar. Con los años, la experiencia de ser abuelos se convierte para muchos en un anhelo, una prioridad. La verdad es que cada día más abuelos asumen la responsabilidad de cuidar a sus nietos. Los nuevos abuelos se enfrentan a dos retos. El primero es personal, pues consiste en asimilar, adaptarse y expresar su nueva identidad de abuelo o abuela. El segundo desafío es aprender a negociar con éxito las nuevas expectativas personales, familiares y sociales concernientes a su trato con los nietos. El quid está en encontrar el equilibrio entre sus necesidades y deseos como abuelos y el conjunto de las relaciones con sus hijos, las circunstancias del entorno y las tendencias sociales del momento.
En la vida cotidiana, los vínculos afectivos entre hermanos son comunes e importantes. No pocos hermanos y hermanas se convierten en padres sucedáneos, maestros espontáneos o amigos íntimos. Se prestan mutua compañía, se cuidan entre sí y se apoyan y protegen en las crisis. Por otra parte, el hecho de que lleven el mismo apellido, compartan la infancia y los mismos padres, crezcan con los valores y tradiciones similares y usen en común los recursos familiares, también puede avivar entre ellos emociones negativas como la envidia, la codicia, la ruindad y la violencia. En la cultura occidental, desde Caín y Abel las luchas fratricidas por el amor, las propiedades y los premios de los progenitores han sido consideradas casi inevitables. Se puede decir que la única forma de evitarlas es tener solamente un hijo.
Cuando muere un padre es muy común que los hijos incorporen a su proceso de duelo disputas y luchas muy amargas por el patrimonio. Un motivo evidente es que se sienten abandonados y albergan inconscientemente la esperanza de que sus sentimientos de pérdida y de dolor puedan compensarse con los bienes del difunto. Otro motivo es que los hijos vuelven a reproducir las rivalidades fraternales de la infancia y sus pugnas por el cariño preferencial del padre. Esto da lugar a sentimientos de codicia, envidia y rabia hacia los hermanos, sobre todo contra los más beneficiados o mejor situados económicamente. Aunque muchos de estos enfrentamientos y conflictos suelen ser impulsivos y no se prestan a soluciones razonadas o arbitradas, también es verdad que en gran medida se pueden minimizar a priori; esto es, si los progenitores dejan un testamento con su última voluntad y disponen de sus bienes equitativamente para después de su muerte.
Dado que estas enconadas disputas pueden durar varios años, lo mejor es distanciarse emocionalmente de los familiares resentidos y de sus ataques, tratar de vivir lo más independientemente que se pueda. No está de más buscar apoyo en los amigos y dedicarse a proyectos y actividades que aportan satisfacción. Si con el tiempo las heridas se cicatrizan bien, es posible que un día las aguas vuelvan a su cauce.
Después de la muerte de una madre, tanto si hay herencia por medio como si no la hay, es muy común que las relaciones entre los hijos se compliquen, broten los conflictos y resurjan las rivalidades de la infancia. A menudo, las peleas fraternales son tan amargas como irracionales. Una trama muy frecuente entre los hermanos que se quedan huérfanos de madre es sentir resentimiento inconscientemente hacia la madre que les ha abandonado. Pero, en su ausencia, dirigen sus sentimientos de rabia hacia el hermano o la hermana mayor››.
(Fragmentos extraídos de
Convivir. El laberinto de las relaciones de pareja, familiares y laborales. Su autor,
Luis Rojas Marcos, es psiquiatra).