Cine y configuraciones familiares (10). “El tiempo no siempre cura las heridas”


Cine y configuraciones familiares (10). "El tiempo no siempre cura las heridas" 1‹‹Al estudiar sucesos históricos que afectaron a colectivos enteros —pueblos, naciones, grupos religiosos— surge inevitablemente la pregunta: ¿Cuándo y de qué manera dejan de marcar los grandes acontecimientos a un colectivo? ¿Cuándo se acaba la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil española?, ¿cuándo el Holocausto judío?
El verano de 2005 murió Albert Marshall, a la edad de 107 años. Fue el último superviviente de la campaña del Somme, en la que había participado como soldado durante la Primera Guerra Mundial. El 23 de diciembre de 2005 murió Harold Lawton, el último soldado inglés, a la edad de 106 años. De los más de 70 millones de hombres movilizados durante la Primera Guerra Mundial tal vez quede vivo un puñado. Todavía viven personas que se acuerdan de los horrores de esta guerra, que la vivieron en carne propia. Niños y adolescentes que perdieron a su padre o a otro familiar, o que sufrieron las batallas de cerca, o que casi murieron por la hambruna. Pero los últimos soldados se mueren, y con ellos sus recuerdos. Sólo ahora, con su muerte, acaba la guerra en un nivel más profundo. Una vez que muera el último testigo directo de esta guerra, alrededor del año 2020, ya sólo quedarán los ecos de los sucesos en las generaciones posteriores. Ecos que han marcado y siguen marcando a la segunda, tercera y cuarta generaciones.
¿Por qué se constela un sistema familiar de origen normalmente hasta la generación de los abuelos e incluso de los bisabuelos? ¿Qué hace que las generaciones anteriores parezcan más retiradas, descansando más profundamente en el reino de los muertos? Pienso que tiene que ver con los recuerdos directos de los vivos. Aunque mis abuelos y tal vez mis padres ya hayan muerto, ellos siguen vivos en mis recuerdos hasta el último día de mi vida. Cuando yo muera, “morirán” todavía más conmigo, se alejarán de sus descendientes vivos. Y con ellos los traumas colectivos de su generación. Así, sólo con la muerte del último bisnieto que todavía tenga recuerdos de su bisabuelo que luchó en la Primera Guerra Mundial, la guerra caerá en el olvido, sumergiéndose en el inconsciente de la humanidad, y sólo quedaran los libros de historia.
Se podrían distinguir varias etapas de este proceso. La primera etapa es el fin del suceso, que en el caso de la Primera Guerra Mundial ocurrió el 11 de noviembre de 1918. Después del fin del suceso, empieza una segunda etapa. El colectivo sufre las consecuencias directas y las secuelas de lo que pasó. Muchas veces se observa que entre los actores y testigos empieza un periodo en el que lo fundamental es mirar hacia delante y evitar los recuerdos dolorosos. Cuesta asumir las culpas y las responsabilidades. Hay tendencias a incluir en el recuento solamente a las víctimas propias, ignorando a las del otro bando. La segunda y tercera generaciones entran en escena y tienen que manejar las ausencias, traumas y carencias de sus padres, con todas las consecuencias que tan a menudo vemos en las Constelaciones familiares. Es un proceso de integración complejo y difícil. Sólo una vez que la primera generación está retirada de la vida pública y de los lugares de poder de la sociedad, jubilada o ya muerta, parecen posibles ciertos pasos. En España tuvieron que pasar 60 años hasta que se empezaran a desenterrar de muchas fosas comunes los restos de los republicanos fusilados en la Guerra Civil y así poder darles un lugar digno y visible en el cementerio, junto a sus familiares. En Alemania pasó más de medio siglo hasta que se pudo hablar y reconocer a las propias víctimas civiles de la Segunda Guerra Mundial, para devolverles su dignidad. Finalmente, la segunda etapa acaba con la muerte de sus últimos actores y testigos, después de aproximadamente un siglo.
Aunque los efectos de un  suceso histórico disminuyen en cada generación, sus ecos y resonancias continúan y pueden perdurar más tiempo.  Ello dependerá ya de la gravedad de los sucesos concretos en cada familia, de qué forma un miembro u otro estuvo involucrado en su momento. Sucesos realmente graves pueden mantenerse “vivos” en un sistema familiar durante seis, siete e incluso más generaciones. […] En términos generales pienso que con la muerte de los familiares que guardan recuerdos de los actores y testigos se cierra esta tercera etapa››.
(Fragmento de Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida, de Peter Bourquin)

 Cine y configuraciones familiares (10). "El tiempo no siempre cura las heridas" 1Cine y configuraciones familiares (10).

Pertenencia. Raíces. Identidad. Orfandad. Relación tía-sobrina. Pérdidas. Duelos. Religión. Adicciones. Dolor. Culpa. Dignidad. El sentimiento de culpa de los supervivientes. Guerra. Asesinatos. Víctimas y perpetradores. Lealtades invisibles. Resonancia sistémica. Expiación. Vocación, profesión y destino. Suicidio.

Cine y configuraciones familiares (10). "El tiempo no siempre cura las heridas" 5
Ida. Drama, Polonia, 2013, 80 min. Dirección: Pawel Pawlikowski. Guion: P. P. y Rebecca Lenkiewicz. Fotografía: Lukasz Zal, Ryszard Lenczewski. Intérpretes: Agata Kulesza, Agata Trzebuchowska, Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik, Jerzy Trela.
‹‹Resulta difícil detectar rastros de autoría en la filmografía del polaco afincado en Inglaterra Pawel Pawlikowski. Y es que poco se parece su primer largo estrenado entre nosotros, Last resort, a sus siguientes e inéditas My summer of love y La mujer del quinto, sendos ejercicios impresionistas y polanskianos que nada apuntan de lo que ofrece este cuarto, Ida, un sobrio y ascético relato en cuadros de plástica elocuencia casi muda y en blanco y negro sobre el periplo de una joven novicia y su tía, una severa y amargada juez, por las carreteras de la Polonia de los años sesenta en búsqueda de los restos de sus padres y hermano judíos, asesinados durante la Segunda Guerra Mundial.
En cualquier caso, bajo cualquier piel estilística, Pawlikoswki se muestra siempre bastante efectivo, directo y conciso, como si la simplicidad, la depuración y la economía de medios fueran las claves de una forma que se transfigura en la mirada y la distancia necesarias para cada relato.
El que aquí nos concita recupera la superficie, las atmósferas, los tonos y las texturas de cierto cine del Este de la época que recrea (de Wajda a Forman) para orquestar una pieza de cámara desde el plano fijo y el formato 1:1,33, recuperados aquí como organismos esenciales desde los que reivindicar el encuadre, una cierta abstracción y la relación entre los personajes, el espacio y el paisaje como motores para la narración. Una narración seca, elíptica, en progresión constante, por un lugar y un tiempo bajo los que no es difícil adivinar el devenir trágico de toda una nación, escindida entre el catolicismo, los ajustes de cuentas con los judíos durante el nazismo y la estricta y asfixiante oficialidad del régimen comunista que acoge, a duras penas, a nuestras dos mujeres en busca de respuestas o de una nueva identidad.
Ida se resuelve así satisfactoriamente sorteando el peligro del preciosismo esteticista, en el revelador gesto de dos estupendas actrices (Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska), en su silencioso y elocuente discurso político entre cuadros bressonianos y dreyerianos y en una mirada fotográfica rigurosa y sólida como manera para la representación de un mundo que, final e inopinadamente, echa a andar después de estar clavado al trípode››.

(Crítica de Manuel J. Lombardo en:

http://www.diariodesevilla.es/cine/Volver-plano_0_793720649.html)

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