«…Y pensé que a medida que nos relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida.
[…] En la vida existe un valor que permanece muchas veces invisible para los demás: es la fidelidad o la traición a lo que sentimos como un destino o una vocación a cumplir. El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta sino que se encarna en alguna circunstancia, en un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento pobrísimo en los confines de un imperio. Se muestra en signos que parecen insignificantes, pero que luego reconocemos como decisivos. Así en la vida uno muchas veces cree andar perdido, cuando en realidad siempre caminamos con un rumbo fijo, en ocasiones determinado por nuestra voluntad más visible y en otras, quizá más decisivas a nuestra existencia por una voluntad desconocida aún para nosotros mismos. Pero no creo en el destino como fatalidad, creo que la libertad nos fue destinada para cumplir una misión en la vida; y sin libertad nada vale la pena. Es más, creo que la libertad que está a nuestro alcance es mayor que la que nos atrevemos a vivir».
(La resistencia, de Ernesto Sábato)