«El contacto físico es una necesidad física y emocional básica del ser humano, y solo cuando se ha padecido rechazo, desamor o agresión física, la gente desarrolla temor o aversión hacia este contacto. Pero en su estado natural, el ser humano lo busca y lo disfruta. Un bebé o un niño pequeño, que está en esta etapa de la vida en que mostramos más nuestra verdadera naturaleza, busca el contacto físico y puede sosegarse ante un brote de ansiedad con solo ser tocado amorosa y suavemente por un rato.
El Instituto de Investigación del Tacto, de la Universidad de Miami, ha realizado numerosos estudios relativos a los efectos sanadores del contacto físico que ha contrastado con otras universidades. Los resultados muestran, por ejemplo, la reducción de ataques de apnea (muerte de cuna) y un aumento del peso del 47 por ciento más rápido en bebés prematuros que son tocados suave y amorosamente todos los días, así como el desarrollo de mejores reflejos, mayor resistencia a las enfermedades y estados de ánimo más tranquilos en bebés normales que son acariciados.
En investigaciones con personas adultas, este mismo Instituto ha descubierto que incluso el más leve contacto físico tiene importantes efectos: por ejemplo, baja la frecuencia cardíaca y la presión arterial, estimula el sistema inmunitario y, por lo tanto, aumenta la resistencia a las enfermedades, estimula la secreción de endorfinas (los analgésicos naturales), reduce la tendencia a la depresión y a la sensación de soledad. Cuando estamos tristes, temerosos, enfermos, cansados o frustrados, el contacto físico nos llega como un bálsamo que sana y restablece nuestro equilibrio. Cuando estamos sanos y felices, el contacto físico incrementa esas sensaciones ya de por sí sanadoras».
(Del libro Nuestros hijos, nuestros maestros, de David Solá).